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PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICIÓN DE ADOLFO ALONSO ARES EN EL MUSEO DEL BIERZO

El Museo del Bierzo expone una muestra de pintura de Adolfo Alonso Ares elaborada con tierra de Las Médulas y trazos de la Mencía de Abad Dom Bueno.

El patio del Museo del Bierzo en Ponferrada se llenó ayer de gallos y dragones. De manchas de tierra. Y de trazos de vino. Lo hizo posible la Bodega Abad Dom Bueno y la Mencía de su vino Carracedo, que ha servido al artista y poeta maragato Adolfo Alonso Ares, junto a la arcilla roja de Las Médulas, como materia prima para elaborar su particular bestiario; una colección de cincuenta imágenes, aderezadas con textos poéticos que aspiran a condensar la esencia misma del Bierzo.

La muestra ‘Leyenda de otoño’, inaugurada ayer con la asistencia del alcalde de Ponferrada, Samuel Folgueral, del propio Alonso Ares y de la empresaria Adriana Ulibarri, que reconoció el «fechazo» que sintió por la obra del pintor maragato, se exhibirá ahora durante diez días como homenaje íntimo al otoño berciano que el también pintor Andrés Viloria le mostró en su día al autor de los dibujos.

Los gallos y los dragones de Adolfo Alonso, convertido ayer un berciano más, son de vino y pintura. Las huellas del hombre, de la tierra del oro. Y no es extraño, explicó el artista, que la tierra y el vino se hayan mezclado en la paleta de colores otoñales del Bierzo, porque están en el origen de sus mitos. Carracedo, que lleva el nombre de un pueblo y de un monasterio «es un vino de intensidad y no todos los vinos pintan igual, no todos tienen la intensidad para plasmarla en un papel», decía el poeta y pintor durante una inauguración, en la que no faltó una cata del caldo de la bodega, «el oro viejo del Bierzo», según lo definió su director técnico, José Luis Santín. La colección de imágenes, como el vino, está cargada de simbología. No en vano, los gallos, presentes en todos los pueblos del Bierzo, recuerdan, dijo Alonso, «al amanecer del hombre»; los dragones, a los canecillos de los monasterios y las iglesias medievales; y las manchas de tierra, a las huellas de las manos y los pies — «el pálpito de este vino», rememoró el artista— de que quienes supieron construir el paisaje del Bierzo.